Natalia Rodríguez, la carrera en imágenes de una de las grandes mediofondistas españolas

El año 2015 no estaba destinado a convertirse en el de la retirada de Natalia Rodríguez. La plusmarquista española de 1.500 metros decidió en el verano de 2005 que las barreras no eran para ella. Ese 28 de agosto, Natalia Rodríguez (Torreforte, Tarragona, 1979) puso el tres encabezando su marca para ser la española en correr el kilómetro y medio más rápido de la historia con 3:59:51. Un registro que permanece imbatido casi 10 años después.

Pero retrocedamos otra década más hasta 1995 para ver como una chica con 16 años recién cumplidos despunta sobre el resto en el criterium nacional celebrado en el estadio de Los Pajaritos de Soria en la prueba de 800 metros. Se trata del Campeonato de España juvenil oficioso, ya que hasta el año siguiente no se incorporó de nuevo esta categoría con sus Campeonatos de España correspondientes.

Natalia dominaría muchas pruebas en estadios semivacíos como ese alrededor de toda la geografía española. En ellos,  solo los gritos de un puñado de amigos y familiares ponían algo de calor al duelo sobre el tartán. Dos años después, en Ljubljiana (Eslovenia), siguiendo con su progresión natural, llega a la final del Campeonato de Europa junior, una oportunidad de demostrar a nivel continental la calidad que en España ya había dado a conocer.

Se deja ver en cabeza, con la valentía que ya había demostrado en Soria, sin guardarse agazapada, sin conservadurismos tácticos, con la espontaneidad de la atleta que quiere ser protagonista desde el inicio porque se siente bien, porque confía en sus posibilidades. Un golpe de la atleta que marcha detrás de ella le hace caer al suelo y acaba con sus esperanzas de victoria, a pesar de lo cual termina quinta.

El año 1998 confirma que está lista para pelear con las mejores del planeta al quedar sexta del mundo junior en la localidad francesa de Annecy y lograr el récord de España junior de 800 metros con 2:02:78. Su progresión es imparable y el talento que atesora le lleva a cumplir con el sueño olímpico con solo 21 años en los Juegos de Sídney 2000 después de ganar ese año su primer Campeonato de España absoluto de 1.500 metros. La chica de larga melena que corría en cabeza por las desérticas pistas españolas es ahora una atleta olímpica con cámaras apuntándola desde un graderío a rebosar. Natalia queda fuera a las primeras de cambio, en la eliminatoria de 1.500 al terminar 12ª, pero sabe que volverá.

Aún no ha alcanzado la madurez y el potencial que se adivina en ella. En España, rivales como la madrileña Nuria Fernández, la cántabra Zulema Fuentes-Pila o una joven aragonesa, Isabel Macías, no pueden con ella, y gana seis títulos nacionales de forma consecutiva entre el año 2000 y 2005 corriendo como lo hacía en las pistas de Oregon el millero estadounidense Steve Prefontaine, liderando de principio a fin, con la autoridad que le dan sus fuerzas y su confianza en sí misma.

Es la época de su consagración, de la maldición del sexto puesto que la persigue tras ocupar ese lugar en los Mundiales de Edmonton 2001 y el Europeo de Munich 2002, de ser décima en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, de volver al número maldito del sexto lugar en el Mundial de Helsinki 2005 y los Juegos de Pekín 2008, ya en posición de finalista. «Me dicen que cuando cambie de puesto, lo haga directamente al uno», bromea Natalia al respecto.

En el camino pasan cosas importantes, deja, como hemos comentado al inicio, el récord de España de 1.500 por debajo de cuatro minutos en Rieti, la ciudad conocida como el ombligo de Italia por la posición central que ocupa en el mapa del país transalpino, y como pasa a veces cuando el atleta está en su mejor punto de forma, al límite de sus capacidades, conoce el lado oscuro del atletismo en forma de lesiones, esos agujeros negros que se tragan temporadas, medallas, récords y recuerdos de gloria.

Aprovecha el parón para ser madre, para saber lo que es que todos piensen que está acabada por su elección de tener hijos, para conocer otra zona oscura, la de la política, como concejala de deportes, y, faltando al pronóstico general, no se rinde. Vuelve a la pista y lo hace a su mejor nivel dejando sin palabras a los que daban por finalizada su carrera. Llega 2009 y llega Berlín, es el Mundial al aire libre y Natalia está mejor que nunca. Lo sabe.

Lo afronta como subcampeona de Europa de 1.500 en pista cubierta en Turín sin saber que en realidad es la vigente campeona de Europa por el dopaje de la rusa Anna Alminova, noticia que no recibiría hasta años después. En cualquier caso, Berlín le llega en su mejor estado de forma, y en el calentamiento siente que vuela, que es su momento. Pero los guiones no siempre están escritos en el mismo orden que los sueños.

Natalia es descalificada por la caída de la etíope Gelete Burka cuando la adelantaba por dentro, y una sombra de lo que pudo ser y no fue se instala en su biografía deportiva. La frustración en medio del éxito. La tentación de rebobinar para reescribir la historia de forma diferente, para correr liderando como solía y evitar el choque.

Apretará un botón, pero no será el de ir hacia atrás para lamentarse en lo irremediable, sino el de ir hacia adelante, el que pulsan los grandes mitos del deporte, que suele significar ganas de revancha. Lo hace en el mundial de pista cubierta de Doha 2010.

Allí vuelve a adelantar a Burka, esta vez sin roce alguno, y logra la plata mundial en pista cubierta. Su condición de atleta top mundial la revalida ese año con un tercer puesto en casa, en el Europeo de Barcelona 2010, y en el mundial de Daegu 2011 con un bronce. Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 no mejoran su diploma de Pekín y acaba fuera en las eliminatorias, pero el palmarés de Natalia Rodríguez se extiende sin pausa ante una insaciable ambición deportiva solo interrumpida por el dolor de las lesiones que ponen a prueba su paciencia entre continuas peregrinaciones médicas.

En 2014, tras tres años en blanco, vuelve buscando una nueva fuente de motivación en el entrenador Antonio Serrano, que dirige la preparación de algunos de los mejores atletas españoles del momento, como el obstaculista Víctor García, la mediofondista Diana Martín o los maratonianos Alessandra Aguilar, Javi Guerra y Pablo Villalobos. Deja a Miguel Escalona, el técnico que durante 24 años lo ha sido todo para ella.

Con la barrera de la distancia entre entrenador y atleta por los kilómetros que separan Madrid de Tarragona, y la responsabilidad de una hija que no facilita la posibilidad de cambiar de residencia, la relación se acaba y Natalia vive una última etapa de pequeñas luces como su victoria este pasado mes de febrero en Sabadell en un 3.000 m donde vence a las mejores tras dos años sin tocar la pista, y de grandes sombras, con la retirada en el campeonato de España de Cross por clubes celebrado en Cáceres por dolores en el gemelo izquierdo.

Esa sombra se alargaría hasta que este pasado lunes 31 de marzo se consuma su inesperada retirada. El año 2015 no era el año del adiós porque Natalia encaraba, a sus 35 primaveras, su primera temporada como atleta del F.C. Barcelona, equipo al que pertenecía desde octubre, con la frescura y las ganas de agradar que aportan los cambios de aires. No lo era porque hay ejemplos como la marchadora María Vasco, retirada a los 37 años, o la también mediofondista Nuria Fernández, en activo a sus 38 años y con voluntad de seguir hasta los Juegos de Río, donde en caso de clasificarse competiría con 40 años, que son pruebas vivientes de que la longevidad en la élite también es posible.

Y sobre todo, no era el año de su despedida porque ella no quería que lo fuera hasta que las lesiones hablaron por ella y en dos tuits puso fin a una vida deportiva que empezó a los siete años: «Gente: Hoy cuelgo las botas. Lo he meditado, y he decidido poner punto y final a mi etapa como atleta, satisfecha por todo lo conseguido… Y agradecida por todo el apoyo que he recibido estos años. El próximo día 8, rueda de prensa en el Ayuntamiento de Tarragona. Hasta pronto!», dijo. Y el correr fácil y valiente de la atleta tarraconense pasó a ser un recuerdo en nuestra memoria que solo el alivio de poder verla en vídeo de nuevo puede apaciguar.

Natalia Rodríguez En El Mundial De Daegu

Su nombre quedará asociado a una distancia, los 1.500 metros, tanto como el de su atleta más admirado, Jesús España, al 5.000 metros, y ocupará, durante muchos años, quizá décadas, un lugar destacado en la historia atlética española que servirá de ejemplo a las nuevas generaciones de corredoras.